El coro de Babel

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Las vacaciones en la pensión de la tía Carlota eran el mejor momento del año. El último día de colegio, mamá me esperaba en la puerta con el hatillo de ropa y, de la mano, recorríamos la larga avenida que llevaba a la estación.

Mamá andaba rápido, con tanta prisa que nunca podía pararme con el viejo trompetista que regalaba sus acordes a todo aquel que le diera una moneda y a los que no, también. El taconeo rítmico de mamá sobre los desgastados adoquines recordaban al cadencioso soniquete de una marcha fúnebre, miedoso, triste y acongojado. El morado de sus ojos, contrastaba con el rojo con el que se pintaba los labios aquellos días de huida.

Después, la calma. Los días en la pensión de la tía Carlota sabían a salitre y olían a mar. Mientras mamá limpiaba las habitaciones y ayudaba en la cocina, yo jugaba con los pícaros que rondaban por el paseo marítimo.

Cada verano construíamos una historia. Un año éramos muletillas y, al siguiente, queríamos ser guardias civiles para, al tercero, ser domadores de leones en las carpas improvisadas de las casetillas rayadas de la playa. El último verano fuimos la desafinada orquesta que ponía música a los patéticos días de los marineros extranjeros que recalaban en la pensión de la tía Carlota a la espera de enrolarse en la que podría ser la aventura de sus vidas.

Todas las mañanas Manolito, Pepe, Pablete y yo cogíamos nuestros instrumentos y aporreábamos sin piedad los tímpanos de los desgraciados marinos que, entre legañas y resacas, entonaban aquellas populares canciones, cada uno en su idioma, como un coro de Babel en el que, quien más desafinaba, era un viejo contramaestre que, de tanto navegar en botellas de chinchón, había empeñado su brújula, su reloj y su vida.

A finales de agosto siempre aparecía papá a buscarnos. La tía Carlota me llevaba a comprar camarones a los canasteros del puerto y cuando regresábamos, mamá había preparado la maleta y borrado la sonrisa roja de sus labios pero sus pasos resonaban aún más fúnebres, como si fuera posible.

El último día no me interesaron los camarones, con tres tirones me solté de la mano de la tía Carlota y volví a la pensión, me esperaban mis amigos en la puerta como cada día. Cogí mi tambor orgulloso, papá iba a escuchar a mi orquesta. Entramos en el comedor golpeando los instrumentos como nunca mientras mamá me miraba espantada a la vez que se secaba el hilillo de sangre que brotaba por la comisura de sus labios mezclándose con el rojo desdibujado de su carmín.

No había marinos que acompañaran nuestras melodías, tan sólo el contramaestre permanecía dormido sobre su mesa de siempre mientras los gritos de mamá enmudecían a los instrumentos.

Con un golpe descompasado, mamá cayó al suelo mientras la mirada desencajada de papá se clavaba en mis ojos como una cantinela cruel. Apreté los ojos esperando un repiqueteo de golpes como tambores de guerra y me encogí. Desde su mesa de siempre, el azumbrado contramaestre tocó el acorde final de revolver.

Después, el silencio.

31 Comentarios

  1. ¡Hola Beatriz! Es la primera vez que te leo, o eso creo. He venido a parar a tu blog gracias al tintero de oro. Me ha encantado tu relato y como se va desarrollando. Desde el principio ya se deja ver el tema sobre el que gira la trama, y el final me ha parecido redondo, soberbio. El narrador se ajusta perfectamente al recuerdo de ese niño que va a pasar los vernos con su madre, sin imaginar cual es la realidad. Creo que precisamente, ese punto dota de mayor contundencia y fuerza al párrafo final. Espero que tengas suerte en el concurso. ¡Un saludo! ; )

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  2. Muy bueno tu relato, Beatriz; marcado contraste entre la despreocupación infantil y los tremendos problemas de los adultos. Buena escritura.

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  3. Excelente relato, Beatriz. Tierno y triste por un lado, duro y cruel por el otro. Esa dicotomía hace de esta historia un texto tremendamente humano. Me ha encantado. Enhorabuena y que la suerte y el mérito te acompañen en el certamen del Tintero de Oro.
    Saludos.

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  4. Tremendo relato, Beatriz. A mí también me ha gustado mucho ese contraste entre el punto de vista infantil y la realidad de lo que sucede. Mucha suerte en el Tintero.

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  5. Esplendido relato que no te deja indiferente. Buena escritura, buena ambientación. Esta frase final «Desde su mesa de siempre, el azumbrado contramaestre tocó el acorde final de revolver» me resulta algo confusa. Suerte en el Tintero.

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    1. Gracias por tu comentario. Azumbrado es sinónimo de borracho y lo de acorde final, es una forma de hablar de un disparo pero desde el hilo conductor de la música que tiene todo el relato. No sé si aclaro tu duda. Un saludo.

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  6. Un relato tierno y duro a la vez, que se mueve entre la inocencia de un niño y la triste realidad de una mujer maltratada. Desde el principio nos vas dejando pistas que nos van conduciendo hacia el desenlace, buen recurso para no toparnos de golpe con la escena final. Además está escrito con esmero. Te deseo mucha suerte en el Tintero, Beatriz.

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  7. Los recuerdos de la infancia son inolvidables, aquellos veranos se quedan para siempre en nuestro recuerdo. Y los morados. Ya lo vaticinas al principio del relato. Imagino que aquella madre de ojos marcados disimulando sus heridas frente al niño de tu historia. El contraste es la alegría y la pena. Un NO al silencio, haces bien, Beatriz, en poner una voz – alerta con tu relato.

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  8. En tu muy notable relato destaco la doble realidad, una que se muestra mientras la otra se intuye, de las vivencias del niño y el drama de los padres. La historia está muy bien armada, magnífica la ambientación y muy logradas las descripciones de lo que el niño vive e imagina. Al final, las dos realidades chocan y el imaginativo protagonista ve como se derrumba su paraíso de vacaciones. Mucha Suerte en El Tintero. Un abrazo, Beatriz.

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  9. Un relato como una melodía. Desde la trompeta del vagabundo, el rítmico taconeo de la madre o el barullo de los tambores infantiles, coreado por los marineros extranjeros, hasta el disparo final. Una melodía triste ignorada por el niño que se topa bruscamente con la dura realidad. Muy buen relato. Suerte en el tintero

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