Mariquilla era mi amiga, pero ya no lo será nunca más.
Mariquilla era blanca y suave, como la de un mago. Sus orejitas de punta eran tiernecitas y rosadas por dentro. Una bolita de nieve que se durmió en mis brazos en cuanto me la pusieron encima.
Mamá arrugó la nariz igual que lo hacía ella cuando nos vio entrar juntas en casa por primera vez. La idea de que me llevaran a elegir mi regalo de cumpleaños a la Alfalfa no le hizo gracia ni de primeras ni de últimas. Pero Mariquilla ya estaba allí, en casa de mi abuela y la idea de echarla al arroz la descartó con el primer brillo de mis ojitos al ver a mi Mariquilla dando pequeños saltitos por el zaguán.
Mariquilla dormía en un gran cajón hecho por papá. Dentro tenía su cuenquito de agua, sus zanahorias y las lechuguetas que cogimos en el campo, verdes y fresquitas, para que ella comiera.
Por las mañanas, como no había cole, jugábamos juntas. Por la tarde, dormía la siesta hecha un ovillito sobre las piernas de cualquier miembro de la familia que quisiera darle mimos en forma de caricias.
Juntas nos comimos las doce uvas antes de la hora oficial porque éramos pequeñitas y el sueño nos vencía. Juntas dejamos mantecados y copitas de anís para sus majestades. Juntas preparamos la mochila para la vuelta al cole y le prometí que estaría solita solo unas horas, que jugaríamos por la tarde.
A las ocho me despertó mamá. Mi leche manchada migada con galletas, los rizos recogidos en una coleta tirante, la mochila en los hombros y un adiós para Mariquilla que seguía durmiendo.
Metí una manita para mover el pequeño cuerpo dormilón, pero Mariquilla tenía mucho sueño y no me hizo ni caso. La moví con suavidad recordándole que me iba, que tenía que despertarse para poder decirnos adiós, pero ella, rebelde y desobediente, no se despertó. Mamá y papá se miraron. Íbamos a llegar tarde al cole, no podía seguir entreteniéndome con Mariquilla.
Volví del cole corriendo, con mil aventuras para contarle a mi pequeña amiga. Tiré la mochila al entrar y fui a su cajón, pero no estaba donde siempre. Lo busqué por toda la casa, hasta en el balcón temiendo que la hubieran llevado allí y se hubieran dejado la trampilla abierta.
Mamá me había seguido muda por toda la casa, pero en sus ojos vi que algo había pasado y que no era bueno. ¿Se había escapado Mariquilla? ¿Había venido a buscarla su familia? ¿Ya no quería ser mi amiga?
Mamá me limpió las lágrimas con la manga de su blusa y me llevó de la mano a la salita. Nos sentamos juntas en el sofá y dejó que mi cuerpecito dejara de dar hipidos antes de contarme que Mariquilla no se había despertado tampoco cuando me fui, pero que ahora era una conejita feliz saltando sobre las nubes del cielo.Mariquilla era mi amiga, pero una amiga no se va al cielo sin despedirse. Así que ya no será mi amiga más.
Mariquilla era mi amiga, pero una amiga no se va al cielo sin despedirse. Así que ya no será mi amiga más.