Cada día me cuesta más escribirte. Eres mi mayor hoja en blanco.
Sobre mi cabeza un nubarrón de palabras que amenazan con tormenta. Te miro y tengo que apartar mis ojos de los tuyos porque siento y que el alma se me parte, en mil esquirlas que se me clavan en lo más profundo de mi ser ante lo sublime de tu estampa.
Te busco y me alejo turbada, incapaz de mantenerme serena ante tu mansedumbre y tu calma. Tiembla en mis manos una letra que intenta definirte. Atraparte entre el papel y la tinta, pero te escapas. Flotas entre las ideas como pompa de jabón, en esos mundos sutiles, ingrávidos, gentiles, que solo la versada mano del poeta supo recrear.
Te abrazas a mi maraña de verbos, de nombres, de frases y párrafos inconexos intentando darle sentido a mi fábula. Un relato eterno se escribe en tu semblanza, historias de barrio ya viejo, cuento de arrabal que llama a la puerta escribiendo el libro más bello que jamás nadie encontrara.
Desmenuzo las siete letras de tu nombre. Siete. Plenitud. Perfección. El todo amarrado contigo y para ti, sobra verborrea vana. Garabateo la hoja de una vida a tu vera sin encontrar la definición de tu planta. Un imperativo que sin palabras nos llama.
Y no hay un cuento más bello para dormir que tu ojos. Perderse en la novela que relata tu dulzura. Escribir el poema que inspira tu hazaña. Leerte entre líneas hasta encontrar la verdad, tu verdad.
Intento escribirte y no puedo. Divago entre pensamientos que siempre en tí acaban y no hay diccionarios donde quepa tu definición, no hay explicación que valga.
Vivo sin vivir en mí. Escribo sin decir nada, soñando benditas ilusiones, sintiendo que eres Tú quien me habla. Que eres quien guía mi mano, salvaje, desorientada, queriendo decirte tanto, sintiendo no decir nada.
Abecedario de mi vida. Alfa y omega. Letra, sílaba, palabra. Historia jamás narrada. Mi mejor página en blanco. Guardián de mis palabras.