El tren es mi compañero algunas mañanas. Esos días veo amanecer a través de cristales que, en otros tiempos, fueron nítidos y brillantes, pero que ahora están rayados y sucios. Se suceden las luces del día, desde la oscuridad azul plomiza hasta los tonos anaranjados y amarillos que anuncian un sol que sigue desperezándose sin atreverse a salir del todo. Las vistas van cambiando desde los olivos y campos del Aljarafe hasta las torres de ladrillo y el hormigón de la estación principal de la ciudad, túneles y más ladrillo desamparado.
Hace unos días, iba sentada en un espacio de cuatro asientos junto con dos chicos y una chica más que se conocían, posiblemente eran del mismo pueblo o, incluso, del mismo círculo de amistades. Van hablando se sus cosas, todas tan importantes como intrascendentes según quién las escuche; a mí sus palabras se me mezclan levemente con la música que sale de mis auriculares, la música me acompaña, pero a un volumen lo suficiente bajo para poder escuchar cuando una frase llama mi atención, ¿de dónde nacerían las ideas para escribir si no fuera por estos pequeños momentos de curiosidad?
En un momento dado, la chica se levanta un poco de su sillón y con una sonrisa saca una foto con su móvil mientras les dice a sus compañeros de viaje que es una imagen preciosa. Feliz vuelve a sentarse sin perder detalle de la pantalla del teléfono y vuelve a mostrársela a los dos chicos que, llegados a este punto, han empezado a reírse de ella. “Pero como va a ser bonito si sólo hay cemento”. Ella ha sacado sus mejores armas para defender la belleza que han captado sus sentidos. “Sí, cemento, pero mira qué luz tan bonita tiene el cielo, aquí dorado, aquí naranja y esas estelas que salen en la foto por la velocidad del tren y la luz de las farolas”. Al final ha terminado diciendo “pues a mi me gusta” a la vez que ellos seguían burlándose.
Hoy el vuelto al tren, pero mis compañeros de asiento eran otros: una pareja muy joven que dormitaba con las cabezas muy juntas y una señora de mediana edad que ha pasado todo el viaje sacando el espejo del bolso, atusándose el flequillo y devolviendo el espejo al bolso para repetir la operación cada cinco minutos. No me había vuelto a acordar de la muchacha que buscaba belleza en el cemento hasta que los primeros acordes de Señor Troncoso me han hecho levantar la cabeza del libro en el que iba sumergida.
Esa primera frase me interpelaba directamente, como un aguijón clavado dentro de mí. El cielo ha vuelto a estar anaranjado y dorado, como el que embelesó a la muchacha entre bromas pesadas. Y como al protagonista de la canción, en mis labios se ha dibujado una sonrisa que ha penetrado tan adentro de mí, que no he podido dejar de ver un halo de belleza misteriosa en esas vías muertas y esos bloques de pisos de ladrillo visto, altos y alargados, en los que estarían amaneciendo las historias de cada abeja dentro de la colmena obrera.
Me habría encantado poder decirle a aquella muchacha demasiado joven, rubia, guapa, curiosa y observadora que tenía razón. Que ver amanecer dentro del tren, entre cristales sucios y arañados, con las luces de ciudad corriendo a toda velocidad y dibujando estelas sobre el cielo casi ambarino es una verdadera belleza. Que nunca borre la foto del móvil y recurra a ella cuando necesite encontrar belleza en su caos de cotidianidad. Que no le importen las burlas, que tiene que seguir, que en la sensibilidad de sus ojos y su alma está la fortaleza para no perder su ser.
Ray Heredia ha cantado a la alegría de vivir y yo he vuelto a mi libro satisfecha, no todos los días se descubre que hay tanta belleza en mitad de un mundo feo, acelerado e inhóspito.