Las descomprometidas

Una mujer blanca con pelo marron de cuarenta años con apariencia de estar cansada con un niño sonriente y una niña de 5 años feliz cargada con bolsas de la compra. Fondo la fachada de una Iglesia de Sevilla

El reloj suena, no hay piedad, Magda alarga la mano y lo apaga. Juraría que acaba de acostarse y ya tiene que empezar de nuevo. La cabeza se ha puesto en marcha de golpe, lanzando fogonazos con todo lo que tiene que hacer hoy. No se permite el lujo de remolonear entre las sábanas, no puede nunca y hoy, menos.

Aprovecha el silencio de las seis de la mañana para tomar el café con tranquilidad. Ducha rápida, arreglo rápido, vida rápida. Antes de que se despierten las fieras, prepara desayunos, mete en las mochilas los tentempiés de media mañana y revisa que llevan todo lo que necesitan; la responsabilidad de prepararla es cosa de ellos, pero más vale echar un vistazo que aguantar que la profesora le ponga la cara colorada por el chat de padres, que no entiende como esa mujer puede ser tan poco empática.

Despertar a María es fácil, así que empieza por ella y la deja vistiéndose. Toma aire para coger fuerzas antes de entrar al cuarto de Gonzalo. Hoy la batalla va a terminar pronto, sabe qué palabras mágicas decir.

—Tú verás, pero como no te levantes y te vistas, esta tarde no vamos a la hermandad.

Mano de santo. Gonzalo se ha levantado de un salto, le ha dado un abrazo zalamero y se ha puesto a vestirse sin rechistar.

—Hoy tengo fútbol.

—No, ayer hablé con tu monitor, tenemos dentista y si vamos al fútbol no llegamos a tiempo al quinario.

—¡Hoy me toca participar de monaguillo!

El grito del niño le recuerda que se trajo el alba para lavarla, pero se ha olvidado de plancharla. Tendrá que hacerlo a la hora de comer porque tiene que ponérsela hoy. 

Los deja desayunando y hace las camas. Paco se ha arreglado, se ha tomado un café y se ha puesto en la puerta de la casa a meter prisa a los niños, tiene que llevarlos a clase y va a llegar tarde. 

—No vengo a comer, Magda, he quedado con los de parques y jardines para ver el recorrido de la hermandad y apuntar los árboles que hay que podar. Tendrás que recoger a los niños tú.

Magda tiene ganas de protestar, pero para Paco sería como escuchar llover así que se ahorra el sofocón, el ayuntamiento no va a cambiar su agenda para que ella vaya con más tranquilidad por la vida y no como pollo sin cabeza. Recoge las cosas del desayuno y sale corriendo escaleras abajo que la app dice que al autobús le quedan 5 minutos para llegar a la parada y tiene que tirar antes la basura.

Aprovecha el trayecto para hojear el boletín de la hermandad, no ha tenido tiempo de verlo y eso que lleva en el bolso desde que lo recogió del buzón hace días y ahí sigue, muerto de risa. Hay un artículo suyo, pero no quiere ni verlo, está muy disgustada con el resultado, lo envió porque el coordinador insistió. Siempre le pasa igual, se compromete porque no sabe decir que no y la gente se aprovecha y la comprometen, no porque lo que hace sea bueno sino porque no les va a fallar.

La mañana en la oficina es como ver repeticiones de series, siempre lo mismo. A las dos sale corriendo, los niños salen del comedor a las tres y a esta hora, con el tráfico, el autobús tarda más. Tendrá que echar las horas de la tarde en casa, menos mal que le han dejado teletrabajar algunos días.

Come de pie y plancha el alba. Intenta que los niños hagan los deberes mientras ella trabaja. Los ducha corriendo, llegan justitos al dentista. Acaban antes de lo previsto y hacen la compra que el frigorífico da pena verlo. Los niños la ayudan con las bolsas y a recoger así que, como premio, les deja coger la videoconsola mientras ella vuelve a darse una ducha rápida, la edad y la primavera adelantada la tienen sofocada todo el día.

En menos de una hora empieza el quinario, así que monta a los niños en el coche y pasa por la tintorería que le han recordado ya tres veces que Paco tiene allí la túnica lista .

Los alrededores de la iglesia cada vez están peor para aparcar así que a Magda le toca arrastrar a los dos niños y el alba haciendo malabares para que no limpie el suelo.

Deja a Gonzalo en la sacristía para que se prepare y sienta a María con la abuela. Ella tendrá que quedarse de pie, no esperaba que hubiera tanta gente. Como va a empezar el rosario, aprovecha para ir a la casa hermandad a por unos escudos nuevos para Gonzalo y una canasta para María que la del año pasado hubo que tirarla.

Vuelve a la iglesia en los últimos ruega por nosotros y se coloca al final. Hasta ese momento no se ha dado cuenta de que la medalla se ha quedado encima del mueble de la entrada. Intenta seguir la misa con atención mientras los riñones y las piernas le dicen que debería sentarse, la cabeza le recuerda que no ha dejado nada de cena y los ojos hacen malabares para no cerrarse. El sacerdote habla del compromiso de pertenecer a una hermandad mientras Magda intenta ordenar en su cabeza el día de mañana.

Al acabar la misa espera a Gonzalo. María quiere irse, está cansada y el sueño la pone impertinente y pesada. Magda la coge en brazos y hace señas a Paco, que no parece haberla visto.

—¿Te queda mucho? María no puede más y mañana hay que madrugar.

—¿No te acuerdas que ahora hay cabildo de oficiales? Ya es el de salida, así que llegaré tarde, ya sabes cómo es esto. Desde luego es un coñazo, pero si todos nos echamos atrás, la hermandad desaparece.

Magda piensa justo en eso, en desaparecer. Coge a Gonzalo de la mano y deja a Paco disertando sobre la responsabilidad de ser de una junta de gobierno. De lejos ve a Espe y a Lucía haciendo lo mismo que ella. Las tres se saludan y con un simple gesto se dicen que ya hablarán, que mañana será otro día.

El camino a casa es un infierno. María llora por el sueño, Gonzalo se acuerda de que necesita una cartulina y Paco la llama para recordarle, aunque ella cree que es la primera vez que se lo dice, que mañana tiene que llegar antes a trabajar y tendrá que llevar a los niños ella. Con ese panorama, lo raro es no tener un accidente.

En casa pone pijamas y prepara las cosas para mañana mientras una pizza congelada se hace en el horno. Rezos y besos de buenas noches. Magda se deja caer en el sofá cinco minutos y aprovecha para cotillear un poco las redes y ver mensajes pendientes.

“Magda, vuelvo a presentar candidatura en la hermandad aunque me va a costar el divorcio. Le he dicho a Paco que me gustaría contar contigo, pero dice que a ti no te van estas cosas con tanto compromiso, una pena porque creo que serías una estupenda vocal de caridad y formación”.

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