¿Amado?, ¿Querido?, ¿Soñado amor?:
Hoy te he vuelto a ver y el corazón ha saltado en caída libre desde mi pecho al suelo donde lo he pisoteado junto al poco orgullo que me quedaba. Pobre infeliz corazoncito, ¿cómo añoras algo que jamás llegó a ocurrir? ¿cómo echas de menos besos que no se dieron, palabras que no se dijeron? Pero tú ya sabes la verdad, ¿no, corazón ingrato? Sí, has cantando mil veces “que no hay nostalgia peor que anhelar lo que nunca jamás sucedió”.
Lo nuestro, si es que hubo algo nuestro, sólo fueron miradas, un juego de idealización y sueños escritos en el papel con la esperanza de que algún día fuera verdad. Quizá tampoco fueran tan intensas como las recuerdo y fueran simples vistazos sin más importancia que la que una adolescente —¿enamorada?— quiso darle. Quizá sólo veía una película creada por mi mente, como aquella caverna platoniana que mostraba una realidad falsa y desvirtuada. Quizá no hubiera pasado nada si aquella noche, sentado frente al bar, te hubiera hablado. Quizá no hubiera ocurrido nada extraordinario. Quizá te hubieras reído de la adolescente rara y tonta que siempre fui. Quizá sólo me hubieras sonreído. Quizá mi intuición tampoco me habría fallado entonces y todo habría sido distinto. Pero, ¿cómo saberlo más de veinte años después? Ya sólo me queda en la cabeza el runrún constante que deja el “¿y sí?”.
¿Te amé alguna vez? ¿Se puede amar lo que no se conoce? Se puede sentir atracción, se puede sentir deseo, pero ¿amor? Amor es una palabra demasiado intensa para lo que tú y yo no llegamos a vivir. Aunque no quiero mentirte, no mejor, no quiero mentirme, no más. Me molestó verte con otra. El corazón se rompió a la vez que mi dignidad. Sé que el alma se me reflejó en la cara; sé que lo viste. Aquel abrazo en mitad de la calle me traspasó y no puedo borrarlo de mi cabeza; tu pecho sobre su espalda y tus brazos rodeándola por la cintura, protectores y firmes, desmontaron mi cordura.
¿Dejarte ir? Es lo que manda la lógica. Lo fácil es decirlo, hacerlo no tanto. Por eso guardo tu foto. Dos, tres veces al año vuelves a mi vista y acabas asaltando mi cabeza, cada vez con mayor intensidad. Tanto que, a veces, siento que mi estado de ánimo, ansioso y descorazonado, acaricia con descaro y burlas la mejilla de mi pareja. ¿Debería decirle que no he podido olvidar a un hombre con el que jamás tuve nada? Ya ves, me tomaría por loca, o, tal vez, le haría un daño innecesario, que acabara siendo el principio del fin de esa otra historia.
También podría dejar que todo siguiera como hasta hoy. Dejarte volver a mi mente una vez por estación, como los solsticios y los equinoccios. Dejar que tu sonrisa pícara vuelva a hacerme sentir mariposas en el estómago, a sentir temblores en las piernas cuando tu mirada vuelve a recorrerme con el mismo descaro y la misma prisa de aquellos años adolescentes.
Pronto habrá un nuevo reencuentro y no tengo fuerzas para negarme a ti. Te dejaré rondar mis sueños y ya pensaré qué hacer con tu recuerdo la próxima temporada.
Hasta que nuestros besos por fin se encuentren, en esta vida o en otra.