Confieso que he leído

No recuerdo el 90% de los libros que leí durante la depresión.

Me di cuenta de esto por primera vez leyendo una novela que había llegado a casa en una de mis mil visitas a librerías de viejo. Recuerdo verlo en las estanterías de la tienda, que me llamó la atención el título y que lo incluí en mi montón de elegidos. Pero hasta un capítulo en el que uno de los protagonistas intenta suicidarse no me hizo click en la cabeza y comenzaron a llegar los recuerdos de la historia.

Pero seguí leyendo historias y olvidándolas a la vez.

Harta de no acordarme empecé a apuntar los títulos. Esto me ayudó bastante, había conseguido no olvidar o, al menos, tener una guía de títulos aunque no era garantía de no olvidar el resto, cuando mi cabeza no da para más, borra libros. Esto de la memoria a largo plazo es traicionero, ya me podía haber olvidado de cómo hacer raíces cuadradas a mano en lugar de borrar novelas.

Tras dos o tres años con listas en papel, empeñada en acordarme de algo, decidí que lo mejor era hacer también una lista en mi cuenta de Twitter (me niego a llamarlo X).

Prometo que probé Goodreads, pero la intensidad de la red me producía ansiedad porque dejé de sentir que leía por placer y que lo hacía por cumplir objetivos. Yo no quería posturear sobre cuánto leo (soy tonta, pero no llego a eso) sino que buscaba una forma de que no se borraran mis recuerdos. Por hacer algo distinto a la lista de títulos, añadí la foto de la portada, una frase resumen de lo que trataba y unas estrellitas para valorar si me había gustado o no (1-5).

La gente empezó a comentar o a preguntar sobre los libros que subía y mi capacidad para recordarlos mejoró.

Esa era la clave (mi clave). ¡Tenía que hablar de libros!

Como si yo fuera Johnny y mis libros fueran Baby, ¡no podía que nadie los arrinconara en mi cabeza!

La lectura dejó de ser una actividad solitaria aunque la practicara sin compañía.
En ese afán de compartir, me apunté a un club de lectura en la biblioteca pública. Me incluyeron en un grupo que llevaba, nada más y nada menos, 20 años disfrutando de lecturas juntos, libros de tal nivel que me sentí torpe, muy torpe. Aquellos hombres (los menos) y mujeres que, en la mayoría de los casos, los sesenta ya no los cumplirían, pero que disfrutaban poniendo en común el libro del mes. Necesité sólo un par de reuniones para comprender que no había leído nada en mi vida y que era una cateta.

Allí están mis abuelitos, un matrimonio adorable que siempre van juntos a las reuniones, que se autodenominan analfabetos, pero se leen tres veces seguidas los libros de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust que yo he tenido que abandonar a la mitad agobiada y frustrada.Allí están mis señoras, que van de punta en blanco con sus impecables cardados de peluquería y sus labios rojos a comentar como ya quisieran algunos críticos literarios. Lapidarias, pero sin necesidad de hacer sangre. Ya podían aprender de ellas los que en los últimos meses han hecho una campaña atroz contra los clubs de lectura quizá por mera envidia de que sus libros nunca acabarían en uno de ellos.

Durante tres años, mes a mes, he disfrutado compartiendo lecturas. Y no las he olvidado. Ni siquiera las que no me han gustado. Así que, mira por donde, compartir lectura, es compartir vida.

Motivada por como gestionan mis compañeros del club las lecturas y sin olvidarme de las listas en papel (porque en algún lado leí que la escritura a mano ayudaba a retener y estimulaba la memoria) les añadí comentarios como las versiones extendidas de Spielberg en Parque Jurásico. Ahora mis cuadernos de borradores de relatos se mezclan con cuadernos de lecturas.

Podría decir que esto es todo, pero no. En un mundo cada vez más feo y cruel, los libros se han convertido en una parte fundamental de mi día a día y me gusta inundar las redes con fotos de libros que leo, frases que me tocan el corazón o la mente, guardo listas de libros por leer, me esfuerzo por saber qué tipo de libros le gustan a mis amigos y cuando leo algo que me recuerda a ellos, no puedo dejar de enviárselo. Creo que los libros pueden hacer que el mundo sea un poco mejor.

Odio el snobismo literario y las modas. Hay un tipo de libro para cada tipo de persona. Huyo de las prisas con las novedades literarias porque la velocidad del mercado no es la mía ni quiero que lo sea. Los libros son parte de mi slow life. Una cosa es leer rápido un libro porque me enganche y otra, muy distinta, correr a por lo último publicado. El libro, si es para mí, sabrá esperar, no se le van a borrar las letras.

Elijo libros de tamaño medio. Me he dado cuenta de que no recuerdo ni una sola parte de Guerra y Paz, pero sí de Nada. Abandono aquellos que no me llegan para que su recuerdo no borre historias que me han gustado. Y releo, no con demasiada frecuencia, pero sí algunas obras que me dejaron buen sabor de boca aunque las recuerde a medias.

No pretendo dar lecciones de lectura, pero aspiro a llegar al final de mis días parafraseando a Pablo Neruda: «confieso que he leído».

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.