Mechas de colores. Sí, eso es lo que me pega, lo que necesito para que se fijen en mí. Rosa, como la dulce princesa que soy. Rosa y dulce…como yo misma. No, mejor verde, como el perro ese de la tele. Del verde ese tan chulo que llevaba la escritora esta, ¿cómo se llama? ¡Ay, mierda! Soy una gran hermana mayor está claro. Tampoco es que le haga mucha falta, ella sabe sacarse las castañas del fuego. La verdad es que no somos hermanas. Vale que hay fotos de mamá en los dos embarazos, pero eso no quiere decir nada, es posible que cambiaran a una en el hospital, esas cosas pasan, sale mucho en la tele. Manuela no es la del cambiazo, eso seguro, es idéntica a mamá, pero yo no me parezco a nadie de la familia, soy única e irrepetible, debieron cambiarme a mí. Hay quien dice que me parezco a una tía muerta, Josefina, no sé si lo dicen para que me sienta parte de la manada o porque también me querrían ver muerta. Desde luego yo lo veo claro, la falta de parecido, el sentimiento de ser una convidada de compromiso. Habría que hacer una prueba de ADN, pero eso vale una pasta y mis ahorros dan para lo que dan; podría probar a pedirlo en casa, sería la mejor forma de que por fin me llevaran al psicólogo, o probar a meterme a puta, quizás tenga público. Volviendo al cash, tengo menos fondos que las latas de las anchoas esas del Mercadona que María siempre se queja de que vienen vacías. No sé qué haríamos sin ella porque mamá es un desastre en la cocina y papá es capaz de quemarla antes de encender el fuego. Además, María me escucha, parece más mi madre que mamá. Que a todo esto, se moriría si me viera aparecer con el pelo verde. ¡Joder, qué hora es, no voy a salir de este sitio nunca! Mamá no se preocupa de cómo me siento o de si me va bien o mal, pero en su mundo tengo que ser perfecta. Perfecta dice, si no salgo bien en una foto desde la que me hizo el abuelo en el parque, la que tenía en el despacho, tres o cuatro años tendría. Lo echo de menos, si él estuviera aquí…estaría pendiente de mí o, al menos, seguiría regalándome libros. Nadie lo hace. Bueno, nadie me regala nada en verdad, se han aprendido de memoria el cuento de que soy muy difícil de regalar y que están cumplidos con un cheque-regalo. Pero eso no es un regalo de verdad, eso es salir del paso. Para regalar hay que pensar en quién lo recibe y el dinero es lo de menos. Entonces de mechas verdes na de na. Mejor un buen corte, como un chicazo. Estoy harta de rizos, siempre llevo el pelo asalvajado. Una jungla en la cabeza. Si lo corto quizás se vayan volando los pajaritos que dicen que tengo. Tampoco creo que pase nada por tener sueños, no entiendo qué les molesta. Bueno, sueños, yo lo único que quiero es irme a una isla desierta, rodeada de plantas, con mis libros y con Lot porque a él no puedo dejarlo atrás, me lo llevo. En casa haría un favor, total, nadie le echa cuenta al pobre perro, pero quejarse de lo que gasta o lo que ensucia saben hacerlo fetén. Sí, Lot estará mejor conmigo. Entonces ni mechas ni pelo corto, ya tengo bastante con que me digan en clase marimacho como para darles la razón con los pelos. Al final, lo mismo de siempre, las puntas sólo y listo, si va a dar igual, seguiré siendo invisible menos cuando haya que atacar, entonces está claro que voy a ser el saco de boxeo perfecto, el que no se resiente con los golpes. ¿Qué pasaría si se rompieran las cuerdas que lo tienen agarrado en el techo? Se caería y cambiarían los puños por los pies. Las patadas también duelen.
Espero que esta muchacha pueda emanciparse de inmediato y así perder a su madre de vista y ser feliz.
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