Palabra de Dios

Mientras la partera le entregaba el pequeño bulto llorón liado en trapos que acababa de parir, María recordó las palabras del ángel: “vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús”. José la miraba con ojos que parecían decir “a mí qué me cuentas, en este lío te metiste tú solita, yo bastante tengo con daros techo y comida”.

Desde el triángulo equilátero que con líneas imaginarias se formaba entre la base y el tiro de la chimenea, el ojo de Yahvé observaba la escena incrédulo. ¿Cuántas Marías vírgenes había en Galilea? ¿Y desposadas con un José? ¿Tantas como para que el bueno para nada de Gabriel se equivocara? Cerró el párpado con cansancio y abandonó la escena familiar del post parto.

Gabriel espurreó el vino que estaba bebiendo cuando el jefe de la corte celestial llegó hecho un basilisco y evitó mirar a Miguel a los ojos por si la profecía era cierta y acababa muerto convertido en un pajarito frito.

—Pero ¿cómo se te ocurre ir borracho, Gabriel? No te puedes imaginar la que se ha liado. Yahvé ha pedido tu cabeza y la mía de paso. Ni se te ocurra responderme porque no tienes ni excusas ni perdón de Dios, literalmente, ¡qué te has cargado el trabajo que el Todopoderoso venía haciendo con sabiduría y acierto desde la creación!

Miguel tuvo que sentarse, estaba al borde del colapso. ¿Cómo no se había dado cuenta de que uno de sus hombres de confianza se había dado al alcohol? Rafael llegó corriendo para auxiliarlo antes de que fuera demasiado tarde.

—Mira que te lo expliqué claro: María, la niña de Joaquín y Ana, la que se ha desposado con José de la estirpe de David. Y tú vas y te presentas a María, la de Mariano y Joaquina, que ni Yahvé sabe de qué estirpe es el marido. Y para colmo, porque hay más… para colmo le mandas una niña, ¡una niña, Gabriel! Que esto no hay forma de enmendarlo porque ni Mesías ni leche frita, ¡qué eres un incompetente, Gabriel!

Rafael tomaba el pulso a Miguel y le intentaba calmar, aquel disgusto no era bueno para la hipertensión del arcángel.

—Ahora ponte a reescribir las escrituras, eso va a salir por un pico, ¿y eso quién lo paga, Gabriel? Y menos mal que en las tablas de Moisés no se hablaba de sexo del Mesías porque esa piedra ya no se fabrica, descatalogadísima, así que de eso, no hemos librado. Pero ¿y la sublevación de las mujeres cuando se enteren de que el hijo enviado por Yahvé es una de ellas? ¡A ver quién aguanta ahora a las mujeres, Gabriel!

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