Currículum vitae

De haber sido un periódico habría rodeado el anuncio con un rotulador rojo. Pero hacía años que buscar ofertas de empleo en la prensa impresa había quedado obsoleto así que me limité a hacer una captura a la pantalla del móvil para revisarla con calma en casa.

Cuando por fin me liberé de los quehaceres del día y tuve un rato libre, volví a la oferta de empleo con una copa de vino en la otra mano, iba a disfrutar de aquel momento y un buen chardonnay era el complemento perfecto. Releí cada palabra con una sonrisa ladeada en la boca, de repente me sentía como esos villanos de película que acarician al gato mientras planean sus maldades.

Cumplir, lo que se dice cumplir, cumplía todos los requisitos de la oferta, pero yo no era la persona que ellos esperaban contratar. De todas formas, eché un último vistazo al curriculum para asegurarme de que no me dejaba nada atrás y lo adjunté en la página web. Al hacer click sobre el botón de enviar una sutil excitación recorrió mi cuerpo. Saboreé el vino y cerré el ordenador mientras de cabeza repasaba los próximos pasos a dar, no podía dejar nada al azar. Era cuestión de tiempo.

El paso de los días me inquietó. Una de las primeras consecuencias de trabajar es que olvidas el calvario de la búsqueda, los tiempos muertos, la falta de noticias, la duda de si al final te llamarán… Pero no podía acabar así la historia, era mi momento y tenía que consumar mi venganza.

A punto de tirar la toalla recibí la llamada. Una chica con voz jovial y acento neutro se presentó como la responsable de contratación de la empresa y me consultó si era buen momento para hacerme una primera entrevista telefónica. Le devolví el saludo mientras salía de la oficina para que nadie pudiera oírme hablar y dejé que soltará su discurso aguantando como podía la risa, pero eso de que era una empresa seria, con buen ambiente de trabajo y con posibilidad de una carrera profesional sólida era un chiste tan bueno que me costó un esfuerzo sobrehumano mantenerme en mi papel.

Contesté cada una de las preguntas de la simpática entrevistadora de la forma más aséptica posible. Aunque tenía la certeza de que ella no me conocía, no quería delatarme antes de cumplir mi cometido. Parece que mis respuestas fueron correctas porque la simpática señorita me explicó los detalles económicos del puesto y emplazó a una entrevista presencial unos días después, pero, esta vez, con el director del departamento, mero trámite para conocer de primera mano a la persona a la que reportaría.

Colgué la llamada con la satisfacción de haber superado una nueva etapa de la operación “quien ríe el último…” y le pedí a mi jefe el día D de vacaciones, tenía que eliminar la presión de volver a la oficina y, de paso, prepararme como si fuera el día más importante de mi vida. Quizá lo fuera.

Llegado el día desayuné fuerte, a una cita de tal importancia no podía ir con el estómago bailando la lambada. Elegí la ropa con el convencimiento de que, más que una imagen profesional, tenía que darme seguridad y ser una declaración de intenciones del tipo de mujer en el que me había convertido. Salí de casa con tiempo suficiente para tomarme un café en el que había sido mi bar de siempre y después de el improvisado ritual, dirigí mis pasos hacia el edificio que tan bien recordaba.

Cumplí el requisito de presentarme en la recepción, tampoco era cuestión de que el seguridad corriera detrás mía como si fuera una vulgar intrusa. Con mi mejor sonrisa esperé a la chica de recursos humanos con la que había hablado por teléfono y, tras las oportunas presentaciones, nos dirigimos al ascensor. Confieso que subí rezando para que durante esos años de ausencia hubieran arreglado el fallo que hacía que las puertas se abrieran entre dos plantas. Mientras nos dirigiamos al despacho nos cruzamos con jóvenes a los que no había visto antes y con veteranos que clavaron sus miradas sorprendidas y casi asustadas sobre mí. Sí, eso era justo lo que esperaba y deseaba, que me reconocieran.

Frente a la puerta señalada, tomé aire a la vez que mi acompañante llamaba con los nudillos. Desde el interior una voz demasiado conocida nos invitó a pasar. Dejé que mis pasos se deslizaran con firmeza por el mármol hasta situarme frente al sujeto. No negaré que sentí una insana felicidad mientras su cara se transformaba como si en lugar de a mí hubiera visto un fantasma. Sin perder la sonrisa alargué la mano hasta él que no tuvo más remedio que estrecharla, no podía delatarse frente a mi acompañante.

Satisfecha tras la presentación, la chica se excusó con cientos de papeles que rellenar y nos dejó solos. Tomé asiento con movimientos calculados y dejé que el pánico se adueñara de por completo de él sin romper el incómodo silencio que nos rodeaba. No negaré que estaba disfrutando del momento. Cuando por fin logró que su boca articulara alguna palabra, solo fue capaz de recordar cuánto tiempo hacía que no nos veíamos.

Le dejé que soltara todas sus ocurrencias sobre lo bien que me veía; sobre lo impresionante que era mi curriculum, aún más que cuando nos vimos por última vez; y sobre la sorpresa de que, después de todo lo ocurrido, hubiera pensado que lo mejor para mi carrera era volver. Intenté evitarlo, pero una sonrisa cínica escapó sin control de mi garganta.

—Querido, perdona que te interrumpa, pero no he venido hoy hasta aquí para ocupar un puesto bajo tu responsabilidad, no me interesa lo que me ofrecéis, ya tengo un puesto en el que gano más y tengo mucho mejores condiciones en el más amplio sentido de la palabra, solo he venido para advertirte que el día que de verdad vuelva, será para ocupar tu silla.

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