Las personas nos dividimos en dos: las que adoramos cumplir años y las que se pasan 60 años de su vida cumpliendo 25. Seas de la que seas, debes saber que cumplir años es de esas experiencias que debes vivir, al menos, una vez en tu vida (o mal irías).
Hasta los 18 todo va bien…si me apuras, hasta los 20. Pero no nos engañemos, cumplir años es como una Campana de Gauss: entre los 0 y los 18, estás deseando que te echen más edad y su relación dinero-estética es directamente proporcional: no tienes un duro, pero no necesitas maquillarte; de los 18-25, vivimos el punto de estabilidad; y, ay amigas, de los 25 en adelante, vivimos a la caza del «aparentas menos edad» y nuestra relación dinero-estética es inversamente proporcional, seguimos sin tener un duro, pero invertimos en cremas y maquillaje.
Pero a los 30 también te vuelves de la resistencia y valoras diez minutos más en la cama a maquillarte como una puerta. Eliges tu opción y, sea cual sea, es la mejor.
Siendo objetivos, cumplir es una buena señal, has vivido y estás viviendo.
Aunque, a los 30, comienza el sermón de nuestros tiempos. ¡¡¡¡EN MIS TIEMPOS…!!!! Todos lo hacemos. En mis tiempos los exámenes, en mis tiempos la música, en mis tiempos los amigos…¡ay, nuestros tiempos! Esos tiempos son los que nos han llevado a ser lo que somos hoy. La vida, que al final se compone de decisiones, se forja en esos tiempos que luego tanto añoramos: el primer tonteo, el primer beso, los primeros tacones, la primera regla, el primer abandono, la primera elección de futuro, el primer polvo…esos son nuestros tiempos. Por eso nadie escarmienta en cabeza ajena y por eso nunca hemos creído a los padres con su eterno discurso de «cuando seas mayor te reirás de esto»…o no.
Pero amigos, a los 30 también llega el momento del para lo que me queda en el convento…porque cuando se cruza la barrera psicológica de la treintena y ves que el mundo ideal que cantaba Jasmine en su alfombra mágica no se ha cumplido, es cuando decides que ya te da igual todo. La vida, empieza a los 30. La vida empieza cuando entiendes que no tienes que darle explicaciones a nadie más que a ti y empiezas a disfrutar, pero no porque toque, ya no es una obligación, ya es real.
El café forma parte de tu vida pero, a los 30, el vino se vuelve tu mejor amigo. Porque después de un día de mierda, quitarte los tacones (o los zapatos de cordones que aprietan) y el sujetador (o la corbata), colocarte una camiseta vieja, refregarte los ojos olvidando que tienes rimmel desde las siete de la mañana y echarte una copa de vino, es lo más parecido al Olimpo de los Dioses. La ducha y la cena pueden esperar…ahora sois tú y tu botella de vino.
Los 30 son los nuevos 20, o eso dicen. Así que, si ya has llegado, vívelos porque ahora es el momento. Si los has pasado, tranquilidad, los 40 son los nuevos 30 y así sucesivamente. Y si no has llegado, lo siento, ¡todo no se puede tener en la vida!