Llegaba tarde, otra vez. Esta vez no era su culpa, nadie podía imaginarse que la huelga del circo afectaría al tren. ¿Quién, en su sano juicio, iba a pensar que malabarista y payasos iban a hacer sus números en las vías? Alegraban la vista, eso sí.
Miró el reloj, la aguja grande marcaba las doce. En punto, sí, pero tres horas después. Entró. Un señor lo miraba desde el otro lado de la sala.
—No queda nadie, a buenas horas llega -le reprochó el sacerdote- ¿Le parece bonito no llegar a tiempo a su boda?
Relato participante en el «Flash Fiction EACWP Contest» en ESPAÑOL