Estaba todo dispuesto: la mesa con la merienda, el cable de acero sobre el que reposaban los pies de los equilibristas y la ausencia de red que llenaba de emoción al peculiar homenaje a la mítica escena de la merienda de Mary Poppins.
Escondió su mirada tras el humeante café, ocultando sus lágrimas. Cogió entre sus dedos la galleta de mantequilla y le dio un pequeño mordisco; si había otra vida, quería empezarla con el sabor de aquella merienda aún en su boca.
Esperó a que su compañero hiciera su parte del número observando de reojo al público. Por primera vez, se sentía sereno.
Llegó su momento. El día de su triunfo, por fin saldría en todas las portadas. Saboreó el último sorbo de café. El funambulista dejó su frase a medias y saltó.
El público ahogó un grito. El equilibrista sonreía inerte, el espectáculo debía continuar.