Follar o matar

Desde un rincón de la barra lo observaba reírse mientras charlaba sin preocupación con una tipa que podría ser su madre. No tenía idea de quién era, pero él parecía conocerla a fondo. Cogió la copa que le tendía el camarero y la agitó con suavidad haciendo que el vino, al airearse con el movimiento circular, dejara sobre el limpio cristal unas lágrimas densas, casi tanto como la presión que sentía en el pecho en ese momento.

Volvió a mirarlo a través de la copa, dejando que los restos de vino que se derramaban hacia el interior desdibujara la silueta de él y convirtiera la de ella en una caricatura grotesca.

El primer sorbo de vino le amargó aún más la boca. Él seguía haciéndole la corte a la madama olvidando por completo que había ido al evento acompañado. Barato se vendía si para ser quien era tenía que convertirse en el chico de compañía de vejestorios como aquel.
Lamió con lascivia una gota que se había quedado rezagada en su labio inferior mimetizada con el burdeos que le coloreaba la boca. Tenía que reconocer que él era un imán, un hombre de esos que te hacen volver la mirada cuando pasan por tu lado y de los que te humedecen en la primera frase. Sí, sabía muy bien a qué estaba jugando. La respiración se le volvía más y más rápida al pensar en cómo la mano de él acariciaba con descaro el brazo de la papagaya aquella.

Cada carcajada de él era un puñal clavado en las entrañas de ella. Apuró la copa y apremió al camarero para que le sirviera una segunda a la que seguiría una tercera con la que tampoco lograría aplacar el fuego que la estaba devorando.

Miró el reloj frustrada. Tres copas de vino y una hora viéndolo ofrecerse sin pudor ninguno al carcamal eran suficientes para ella y su malherido orgullo de mujer. Tomó con furia la cartera que reposaba sobre la barra y dejó que los tacones anunciaran su partida.

Él la miró con ojos divertidos, la conocía demasiado bien y sabía que la ira le recorría las venas como una corriente de aguas bravas. Excusándose con su interlocutora se dirigió hasta ella que aún esperaba que le devolvieran el abrigo en el guardarropa.

El vino había despertado sus sentidos y cada una de las terminaciones nerviosas del cuerpo se pusieron alerta cuando presintieron el calor de un cuerpo conocido detrás. Cerró los ojos dejando que la voz de él penetrara en sus oídos mientras el suave aliento que expulsaba al hablar le azotaba inmisericorde la espalda. Paladeando el regusto que el tinto le había dejado en la boca fue repitiendo en un susurro las palabras de él como quien recita la letanía de un rosario mil veces rezado…‹‹Y bien, querida, ¿qué eliges ahora? ¿follar o matar? ››.

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