Ganas de reñir

Llegarás a casa y él, como siempre, no estará. La doble vuelta de la cerradura delatará su ausencia.

Martirio agarró el volante con las dos manos y dejó caer la cabeza en el hueco que formaron sus brazos extendidos. El día había sido horrible y ahora le tocaba volver a una casa vacía hasta que apareciera Julián, aunque tampoco podía decir que la soledad la abandonara cuando él estaba allí.

Te meterás en la ducha porque esta mañana te acordaste de programar el termo para tener el agua caliente cuando volvieras. Sí, tú eres la que se acuerda siempre. Saldrás y, con la bata puesta, te sentarás en la terraza a ¿esperar? No, sabes que no lo esperas. Sólo dejarás que pase el tiempo hasta la cena.

Martirio arrancó el coche y, sin prisa, tomó rumbo al barrio de la periferia al que se habían mudado con la ilusión de la juventud cuando se casaron. Pero Julián ahora vivía por inercia, era un hombre al que le comía la desidia y estaba cansada de aquello, quería enfadarlo, hacerlo reaccionar, que saliera lo que aún quedaba del hombre que la enamoró.

Escucharás la puerta y Julián te buscará por toda la casa. Cuando te encuentre a oscuras en la terraza te preguntará qué haces y no querrás contestar. Preferirías el silencio, pero te saldrá un nada cansado y frustrado. Julián se dará media vuelta, ya ni siquiera responde a tus insinuaciones de discusión. Se meterá en la ducha y recordarás que el agua caliente se acabó con tu ducha. Chillará y sonreirás porque esa pequeña maldad, más negligente que culpable, te hará recordar que sigues viva.

Martirio detuvo el coche ante el semáforo rojo que se desdibujaba del cristal mientras el limpiaparabrisas quitaba la lluvia que había empezado a caer sin misericordia.

El vino te sabrá mejor después de que Julián se tenga que duchar con agua helada. Te sentirás satisfecha, será tu venganza por su falta de atención. Volverá y con sólo escuchar su voz volverás a salirte de tus casillas. No lo aguantas más. Lo mirarás y pensarás otra vez cómo has llegado a este punto de aborrecerlo.

Reanudó la marcha cuando el coche de atrás pitó. Martirio se había quedado ensimismada mirando la borrosa luz roja y con los pensamientos pinchándole en el lagrimal para salir en torrente.

Julián te preguntará por la cena y esa será la gota que colmará tu paciencia. Le gritarás, frustrada, que no eres su criada, que él también puede pensar de vez en cuando en la cena. Lo escucharás otra vez recriminarte que eres una histérica, como lo fue tu madre, que ya se lo había advertido tu padre.

Recogerás la copa de vino de la mesa de la terraza y arrastrarás los pies hasta la cocina. Estarás tentada de dejarla en el fregadero, pero sabes que, a menos que a la copa le salgan patas, mañana la encontrarás en el mismo sitio. Julián te preguntará que donde vas, que si ya estás con tus pataletas, que si no vas a cenar.

Lo mirarás sin ganas de responder siquiera y descubrirás que es un día perfecto para empezar con el ayuno intermitente.

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