Martínez estaba de pie frente a la mesa de su jefe que lo miraba circunspecto. El aire de la habitación estaba enrarecido y la tensión casi podía cortarse con cuchillo y tenedor.
Martínez adelantó sus brazos dirigiéndolos hacia el hombre que, apenas unos minutos antes, acababa de despedirlo. El responsable se encogió esperando el golpe de su recién estrenado ex-subordinado. Los brazos de Martínez rodearon a aquel completo desconocido que, durante mucho tiempo se había permitido el lujo de ordenarle, humillarle, hacerle cada vez más pequeño.
Martínez abrazó a aquel tipo mientras una gran sonrisa inundaba su rostro y una serenidad desmedida invadía todo su ser. Tanto esfuerzo, tanto tiempo, tanta dedicación, tantas horas de desvelo, tanto sufrimiento, tantas malas palabras y malas miradas…todo lo perdido salió por sus poros al contacto con el ogro que lo mandaba al destierro.
Se separó lentamente del verdugo, lo miró con perdón y salió de la sala. Volvió la mirada una vez más al ser empobrecido que dejaba atrás. GRACIAS, le dijo con desparpajo, y cerró para siempre la puerta a su desdicha.