El chico de la moto nos paró en mitad de la calle. Era la hora de la cena y se notaba que llevaba prisa por entregar su encargo. La vieja scooter era ruidosa y destartalada por lo que, la primera vez, no pudimos escuchar su pregunta.
— Perdonad – nos dijo mientras acababa de quitarse el casco – os preguntaba por el número 63 de la Quinta de las Flores.
Nos miramos un poco despistados. Habíamos estado tomando copas con los amigos y nuestra capacidad de reacción, con la edad y el alcohol, estaba bajo mínimos.
— La Quinta de las Flores es la paralela a esta – informó mi marido.
— ¿La primera o la segunda? – le respondí yo que siempre he tenido problemas para distinguir aquellas dos calles.
— No, no, esta primera…y el 63 debe ser sobre el final de la calle – confirmaba con total seguridad él.
Mientras nosotros seguíamos discutiendo, el motorista nos miraba impaciente. Comprendimos enseguida que su encargo estaba aún caliente y que no quería decepcionar al cliente, debía irse de inmediato.
— Gracias, gracias – nos dijo a toda prisa mientras arrancaba su moto y giraba en la primera bocacalle.
Continuamos nuestro paseo hasta casa dando tumbos y sintiendo el efecto del alcohol en nuestros sentidos. Sin tiempo ni para desnudarnos, caímos en la cama. Nos despertaron unas sirenas en mitad de la noche, por mucho tiempo que llevásemos en esta casa no acabábamos de acostumbrarnos a la cercanía del hospital y el contínuo paso de las ambulancias por debajo de nuestra ventana.
— Hay que ver cómo estamos con la crisis – empezó a decirme mi marido mientras tomábamos un café cargado a la mañana siguiente – los restaurantes ya no tienen motos de reparto, contratan a chavales que tienen que llevar las suyas, ¿te diste cuenta?
— No hay vergüenza ninguna…después se preguntarán por qué nadie los llama para hacer pedidos, ¡pero si no llevaba ni el nombre ni el teléfono! – le contesté con la mirada fija en el periódico.
Así era el desayuno de los domingos. Treinta años de matrimonio había dado de sí lo suficiente para no tener que esforzarnos demasiado en ser excesivamente cariñosos los días de descanso, ya con el encuentro de cama estipulado para los viernes teníamos suficiente.
Nuestra vida se había vuelto tan monótona que siete días después estábamos de nuevo en la misma casilla de la partida.
— ¡Uy, qué curioso! – comenté mirando a mi marido por encima de las gafas – el domingo pasado encontraron a una señora asesinada en la Quinta de las Flores.
— Una calle concurrida últimamente lo que veo – comentó él dando un leve sorbo a su café – hay quién pide cena y hay quién acaba fiambre.
Sonreí por compromiso, odiaba aquellas bromas absurdas que solía hacer y que él creía tan inteligentes. Algunas veces aún pensaba en el divorcio pero, después de tantos años, había acabado por creerme aquello de “hasta que la muerte os separe” y estaba dispuesta a esperar que o bien se fuera él primero, o bien la parca viniera a por mí más tarde que pronto.
Como cada domingo mi marido volvió a irse a jugar al golf al club mientras yo me quedaba en casa adelantando algo de trabajo para la semana. Me llamó poco después de haberse ido, a través del manos libres lo escuché gritarme que no hiciera nada de comer, que ya encargaba él algo para que nos lo sirvieran a domicilio para cuando él volviera.
El horrible reloj que nos regaló mi suegra por la boda marcó las tres cuando sentí el estrepitoso ruido de una moto en mi puerta. Con la mesa ya preparada para no hacer esperar al malhumorado hambre que gastaba mi marido cuando jugaba al golf, corrí a abrir la puerta.
Era el chico de la scooter negra que me sonrió al reconocerme también al abrir la puerta.
— Buenas tardes Señora, han encargado un servicio a domicilio – me dijo sonriendo mientras me disparaba con el arma que agarraba en su mano derecha.
El violento ruido de la moto de reparto rompió la silenciosa calma dominical del barrio. Aquel sonido se estaba haciendo demasiado habitual en esas calles.
Hola Beatriz,
El relato está muy bien, pero si me permites te comento un par de cosas que en mi opinión se podrían mejorar.
Algunas frases son muy largas, o necesitan comas o mejor haz frases más cortas.
No entendía el significado de Camballás así que lo he buscado, pero tampoco está en la RAE. Si es algo coloquial es mejor escribirlo en cursiva o entre comillas. O puedes usar un término más conocido. ¿Dando tumbos?
En cuanto a la trama, no me queda claro el motivo del asesinato. ¿Es por ser un barrio rico y el chico ser de pobre?
Y otra cosa ¿no te parece que la noticia llega demasiado pronto al periódico? A esas horas de la mañana quizás todavía no se ha descubierto el crimen y los periódicos cierran su primera edición por la noche.
Son sólo opciones personales y espero que no te molesten. A mí siempre me gustan que me hagan críticas constructivas para mejorar.
Buen trabajo y sigue escribiendo.
Saludos,
Alejandro.
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Hola! No sabes cuánto agradezco tus apreciaciones. Lo único que te puedo intentar explicar es que el asesinato ha sido encargado por el marido, de ahí lo de «unos encargan comida y otros quedan fiambre».
Lo editaré porque llevas toda la razón en tus explicaciones. Mil gracias.
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Pues entonces soy yo el que no lo ha entendido.
Yo tampoco te diría que lo editaras, es mejor que tomes nota del feedback que recibas y lo vayas aplicando a nuevos relatos. Ahí es cuando se aprende. Además, con el tiempo seguro que volver a leerlo tal y como lo publicaste te ayudará a comprobar tu evolución y te darás cuenta de todo lo que has aprendido. Esto es un aprendizaje constante, esa es la gracia .
Nos leemos.
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