Desde hace días despierto en esta habitación. No recuerdo ni cómo ni cuándo llegué, sólo a un par de simpáticos señores me hicieron una oferta irrechazable para que mi familia dejara de tener problemas económicos y, claro, quién dice que no a algo así tal y como está el patio.
A veces siento que estoy en un manicomio. Vivo en un cuadrado pequeño, con paredes blancas acolchadas, suelo de blanco, paredes encaladas y un viejo artesonado de madera blanca. Ni una ventana. Sólo dos puertas: una de metal, blanca, con una ventana de barco. La otra vieja, blanca, de madera, con tres cerraduras. Sin éxito he intentado ver a través de la cerradura mayor.
Cada hora me dejan dos pastillas en una bandeja y me piden que elija. Como siempre he sido de pocas letras, elijo la roja sin leer las indicaciones.
Hoy la luz me ha cegado. He corrido despavorido y he chocado contra la puerta de madera que ha cedido con la presión de mi cuerpo. He visto un gran trozo de queso y una simpática rueda. Me lo he comido sin acordarme de mi intolerancia a la lactosa. Después he subido a la rueda y me he puesto a correr feliz.
Un señor con bata blanca me estaba mirando satisfecho, lo he saludado pero no ha debido entender mi idioma. Seguramente sea extranjero. Con su grabadora en la mano ha seguido hablando:
“Proyecto Hamelin. Desde que el flautista se llevó todas las ratas de la ciudad, los laboratorios hemos tenido serios problemas con nuestros estudios de investigación. Nos hemos visto obligados a buscar una solución drástica. El primer intento ha sido un éxito, el sujeto ha completado el tratamiento sin resistencia ni efectos secundarios. Ya es una rata”.
Le has pillado el gusto a los relatos con doble sentido y final sorprendente. Este da que pensar…
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¡Gracias! Realmente desde pequeña siempre he escrito relato y algo de poesía (además de la opinión, claro) pero ahora es cuando he decidido ponerme las pilas con el tema y estoy yendo a clases de escritura.
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