—¿Qué desean tomar los señores?
—¿Qué nos recomienda?
—Sin duda les aconsejo la Sopa de Etiquetas, una experiencia gastronómica única para cada comensal. El plato estrella de nuestra carta, Nadir queda indiferente.
—Pónganos una a cada uno.
—Magnífico, sólo permítame que les tome una fotografía y le lea la letra pequeña.
—No hace falta que nos lea nada, no tenemos ninguna alergia…¿así salimos bien en la foto?
—Perfecto, enseguida les traigo su comida, ¿desearían regarlo con el vino de la casa?
—¡Por supuesto, dos buenos caldos!
—Pues un momento, por favor –el solícito camarero desaparece tras la puerta y regresa, haciendo malabares con dos razones humeantes, dos copas y una botella de tinto– Esperamos que sea del gusto de los señores, que aprovechen.
—¡Pero qué clase de broma es esta!
—¿Algún problema con su cena, señores?
—¡Esto es un escándalo! ¡En esta sopa sólo hay flotando indultos, mire «fea, inútil, gorda, desgraciada»…y en la de mi marido también, fíjese «calvo, aburrido, lameculos».
—Lamentamos que no sea de su agrado, ya intenté decirle que la empresa no se hace responsable de la opinión que los comensales tengan de sí mismos.
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