Sevilla es el verso canalla de un corazón que bombea tinta por las arterias de su callejero. Es el poema que estalla en la pluma despeinada de una paloma y que, en las manos de un poeta, es saeta desgarrada, de ojana y Hosanna in Excelsis. Es un canto en la mañana desde vírgenes voces de convento y es soniquete, compás y jaleo en tablao de noche larga. Es xilófono acompasado con la desnudez del hombro de una Magdalena rendida a pies de muralla.
Sevilla es un canto de swing que te reza por ser madre universal. Sevilla es silla de enea, cerveza fría, café y pestiño, es pavía y es bacalao. Sevilla es el color del cielo, azul Puerta Carmona. Añil oscurecido de terciopelo en tardes de viernes carretero. Sevilla es el color del naranjo, verde, blanco del azahar que engalana la Concepción más pura al filo de la madrugada. Sevilla es el negro del ruan y el morado que rachea por adoquines de historia con el corazón en un puño.
Sevilla es una dama, arrabalera y descarada. Son los ojos que se entreven en antifaces y manos cubiertas de guantes. Que nadie sepa quién eres, qué eres…Es mujer de mantilla, envuelta en chantilly su gracia. Sevilla, she want to be freak de las cadenas que la amarran mientras ciñe su cintura con cíngulo, cordón y esparto. Sevilla es un visillo chivato, es el ombligo de un mundo que empieza y acaba en sí misma. Sevilla es rosa cuajada de espinas, más amarga que dulce, más salada que amarga.
Sevilla son los ojos de un niño que descubre y que se asombra. Sevilla es el viejo que en su desmemoria, sueña que su túnica sigue estando colgada en el armario de siempre. Sevilla es rosario desgranado en barrios de jornal y capa, agradecido del pan nuestro de cada día y con la mirada fija en la Torre Alta.
Sevilla es costal cegado, fajada y cargando sobre sí el peso de los suyos. Sevilla, la de “sin croquetas no hay paraíso”; caricatura de si misma en periódico de la mañana; siempre vendida por menos de 30 monedas, siempre entregada, siempre mal besada por Judas engominados. Sevilla, es la atea que llora por el dolor de una madre, conocedora del sufrimiento del hijo de sus entrañas; la que reza e implora; la beata de domingo, de golpe al pecho y puñalada a la espalda. Sevilla de palco y bordillo, de mirada sobre el hombro y de cabeza gacha.
Sevilla es albero y palmas. Es verea vestida siempre de Esperanza con el alma anclada a sus esquinas y las lágrimas asomando en su mirada. Sevilla es un año que espera tachando días en el calendario de la cocina de su casa.
Inundadas calles y plazas, los clarines y las campanas tocando arrebato. Sevilla es la gloria misma y, la gloria, una semana.