Cuando me lancé a hacer esta sección, no tenía intención de que fuera un consultorio (y sigo sin tenerlo) pero, como no está demás saber las preocupaciones de la audiencia, lancé en Instagram la pregunta y, aunque de éxito andamos regular, la única respuesta me resultó de lo más interesante.
“Háblanos de la sinceridad”.
¡Alaaaaaa! Pero D, querida, ¿qué te he hecho yo para que me castigues de esta forma? Si sólo llevo dos post y me vienes con estas. Lo tuyo si que es sacarme de mi zona de confort.
Justo cuando empezaba a darle vueltas, empezaron a aparecer en el TL de mi Twitter publicaciones del estilo…
Y, claro, antes que en la treintena, me acordé de la adolescencia. Porque en esos años, cuando los de treinta son personas mayores, todas hemos tenido una amiga “muy sincera” que dice lo que piensa a la cara porque sino sería una falsa. Y, con esa premisa, tan de Al Salir de Clase, más de una (y de uno) ha enmascarado su grosería y su falta de educación.
Imagino que, para los que siguen pensando que son muy sinceros y tal, decirles que sus opiniones personales (más o menos acertadas y, casi siempre, no solicitadas), no son sinceridad será como tirarles un cubo de agua por encima. No tener filtro y decirle al primero que se ponga por delante que es un gordo (pero que se lo dice por su bien); que viste como un mamarracho (pero que es para que nadie se ria de ti); o que esos libros que lee son basura (pero que se lo dices para que sepa lo que es literatura de verdad) no es sinceridad, es ser mala persona.
Es muy valiente largar lindezas por la boca sin medir las consecuencias. Muy valiente porque te arriesgas a que alguien, en un momento dado, te ponga la boca atrás y con razón. Sin embargo, hasta el más bocachancla, a la hora de la verdad, olvida su sinceridad y agacha las orejas como un cachorrito.
La supuesta sinceridad y las malas formas al hablar son directamente proporcionales, el sincero no sabe qué puede decir lo mismo sin herir porque, aunque el castellano es un idioma loable, lo hable quién lo hable, no está de más enriquecer el lenguaje.
Se puede no ser sincero por omisión. ¿Dónde está la sinceridad cuando amas o cuando ya no amas a alguien pero no se lo dices? Nadie dijo ni que fuera fácil ni que fuera indoloro pero, en estos casos, preferimos callar y dejar que el barco naufrague solo, llegando a las dobles vidas, a la infelicidad,… ¿Y qué pasa con aquello de no ser falso cuando tu amigo (o tu amiga) está siendo un verdadero gilipollas con otra persona? Evidentemente, te callas y, a veces, hasta lo jaleas cuando la realidad es que no quisieras que nadie se portara así contigo. ¿Y cuándo la pareja de tu amigo (o amiga) es el que se porta como un gilipollas o, incluso, algo peor? No te atreves a decírselo, temes que se enfade contigo…cuando te decidas puede ser tarde.
Sin olvidar al mentiroso patológico, lo cierto es que la falta de sinceridad por omisión va cogida de la manita con la cobardía. En este mundo sobran cobardes.
Al final, la sinceridad es la espada de Damocles pendiendo de un hilo sobre nuestras cabezas porque no es bidireccional. ¿Estamos preparados para la verdad? ¿Queremos saber siempre la verdad? Cuando preguntamos a alguien ¿qué te parece? dime la verdad, ¿estamos dispuestos a escucharlo o sabemos qué queremos oír? Seguramente no estamos preparados para la verdad por eso, dime la verdad…pero no mucho.
¿Qué opináis vosotros? Responded con sinceridad, de verdad.