Si estás en la treintena (de DNI o de espíritu) habrás escuchado mil y una vez aquel refrán verderón que rezaba «sábado, sabadete, camisa limpia y polvete»… sí, sí, tú ríete como adolescente pero ese refrán ha marcado las aspiraciones sexuales de fines de semana para generaciones y generaciones.
Hay quién dice que el origen viene del Sabath siete, fecha propicia para la elaboración del talco y que su significado sexual vino de manos de las trabajadoras más antiguas del mundo cuando extendieron el uso del polvo de talco en sus rituales ¿de higiene?
Sea como fuere, la verdad es que, una vez más, nos han engañado como a bellacos.
Este y otros refranes han creado en quinceañeros y veinteañeros unas expectativas que los hace maquearse y maquillarse cuál puertas en el ritual de apareamiento de la fiebre del sábado noche. Litros de colonia, camisas apretadas a riesgo de que un botón salga despedido y deje a alguien tuerto, minifaldas sin medias en enero,…para nada porque, con suerte caían cuatro magreos y, sin suerte, habías dejado la cartera tiritando.
Y así, un año y otro hasta que un sábado, ya entrados los treinta, descubres que todo era un cuento chino. Con ojeras por las cuatro cervezas que te tomaste al salir de trabajar y sin ganas de que te hablen hasta que no vuelvas a ser persona escuchas a alguien de fondo que te grita «¡Tienes ropa blanca para la lavar! Venga, coño, espabila, que hay que dejar el bombo vacío para planchar mañana; desayuna ya que mientras tú barres yo limpio la cocina y el baño; ¡ah, y ve apuntando que no tenemos de nada en el frigo!«
Entonces, cuando la cafeína del primer café aún no ha llegado ni a tus venas ni a tus neuronas, recuerdas las mañanas de sábado con tu madre gritando que si la una no era buena hora para levantarse y a tu padre, con bolsas de IBM (y veme por el pan…y veme por huevos) y sonrisa socarrona decirte por lo bajini «sábado, sabadete, camisa limpia y polvete».
Y ahí estás tú, llevándote una hostia de realidad porque el sábado, sabadete, dejas todas las camisas limpias para la semana y, plumero en mano, quitas esas motitas blancas de tu estantería kallax de Ikea en negro-marrón que a ver por qué nadie te dijo que era un vórtice en el que se acumulaba que el polvo.
Con suerte, cuando ya no puedes arrastrarte más con las bolsas y el carro de la compra, tu madre habrá echado arroz bastante para medio barrio y podrás acoplarte con ella mientras tú padre se descojona y te dice ¡Qué, sábado, sabadete!
¡Ay, Bea! Mismamente como la vida misma, je, je, je… Divertido monólogo. Un abrazo!
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Gracias, David. Esta treintañera en apuros se toma la vida con humor
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