Amores de barra

La radio suena mientras Ramón limpia la barra con una bayeta que mueve al compás de la música que sale de la radio. Es un trabajo tan mecánico como innecesario, lo repite como un tic nervioso cada vez que el bar está tranquilo. Cada pasada del trapo es como un segundero que descuenta el tiempo que le falta para volver a casa. Además, los movimientos en círculo que va haciendo sobre la madera lo relajan y le sirven para pensar qué habría sido de su vida, monótona y solitaria, si se hubiera decidido a subir a aquel tren con Magdalena.

En mitad de la barra una pareja muy joven se mira a los ojos. De sus labios se han borrado las palabras y sólo hay espacio para esa sonrisa bobalicona que delata a la gente que se acaba de enamorar. En ellos no hay prisa ni son conscientes de que el tiempo sigue corriendo, son una burbuja de aire en la espuma del mar, son semillas de un diente de león sopladas por un cupido juguetón.

Frente al televisor se agolpan un grupo de forofos locales que buscan desahogo de sus tristes vidas en las patadas a un balón. Su vocerío se eleva sobre el resto de los ruidos del bar, pero están ajenos a la sensación de molestia que causa en el resto de parroquianos. Quizás alguien los espere en casa. Quizás alguien se haya cansado de esperarlos.

Tres copas entrechocan en el rincón más alejado de la barra. Tres amigos celebran el reencuentro entre batallitas de infancia y crónicas de vida adulta. Lanzarse piedras ahora es temerario y la política ya no es tan aburrida; pagar facturas se ha convertido en la mayor aventura de la vida y los amigos ya no llaman al portero automático para bajar a jugar a la calle.

En una mesa alta dos mujeres apuran una cerveza y manosean unos cigarros apagados que ya no pueden disfrutar dentro del local. Despotricar juntas de sus ex maridos se ha convertido en una sesión de terapia semanal mucho más divertida y barata que el psicólogo. Ambas niegan hablar mal de ellos delante de sus hijos, pero no delante del camarero.

Junto a la puerta una pareja de mediana edad mira el móvil. Cada uno el suyo. Silencio absoluto y, de vez en cuando, dan un sorbo a la bebida que se calienta en un ambiente enrarecido y gélido. Miran el reloj y se debaten entre irse o pedir otra ronda, el silencio del bar les hace menos daño que el del hogar.

En la radio, Jaime Urrutia recuerda que los bares son lugares muy gratos para conversar. Pero eso será cuando quede algo que decir y el calor del amor no sea frío como un whisky on the rocks.

2 Comentarios

Replica a Nuria De espinosa Cancelar la respuesta

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.