La rejilla

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Tenemos miedos absurdos. Yo por ejemplo tengo pánico a pasar sobre las rejillas de ventilación de las estaciones de Metro. Cada vez que me acerco a una de ellas doy un rodeo para no pisarlas y noto como mi corazón se acelera. Me da la sensación de que la rejilla se va a romper y voy a caer hacia dentro. Este miedo me paraliza y hace mi camino más largo.

Aunque este miedo mío os parezca una tontería, la verdad es que todos los miedos funcionan igual: nos generan ansiedad, nos paralizan, alargan nuestro camino hacia la meta marcada…

Luchar contra los miedos es luchar contra uno mismo y la batalla puede ser dura (todo dependerá de la magnitud de nuestro miedo) pero, si queremos crecer y, lo que es más importante, si queremos VIVIR con mayúsculas, tenemos que enfrentarnos a ellos. No voy a pecar de exceso de optimismo y voy a reconocer que luchar con los miedos no es fácil porque va a suponernos hacer un ejercicio de auto-conocimiento (porque, aunque parezca broma, puede que nuestros miedos los tengamos tan asumidos como parte de nuestra vida que no los reconozcamos al primer vistazo) y un ejercicio de desaprendizaje: olvidar las sensaciones vividas, arriesgar y lanzarse de lleno contra ellos.

A los miedos, como bien me han dicho hoy, hay que sorprenderlos y demostrarles que nosotros somos los dueños de nuestro propio destino. Podemos llegar a la cima más alta sólo con que nos lo propongamos (pero ojo, no supone lanzarse a la aventura sino prepararnos para alcanzar este reto, sin importar el fracaso ni el tiempo que tardemos). Sólo nosotros mismos tenemos el derecho y, por qué no, el deber de equivocarnos y de poder empezar de cero.

Empezar de cero…quizás esto también nos de miedo pero debemos tener presente que vida sólo tenemos una (lo siento, no somos gatos) y que esta vida es un constante libro en blanco en el que escribir nuestra historia. Sería maravilloso que cada mañana nos levantáramos con la sensación de que tenemos 24 horas de oportunidades para el mayor reto del ser humano: SER FELIZ. La felicidad debe ser la meta final de nuestros actos, una meta alejada de religiones, economías o políticas.

Comienza cada día a ser un poco más feliz. Date el capricho de inventar la vida que deseas. Entrégate a esos placeres que sólo tu conoces (el olor del café recién hecho, el tacto de las hojas de un libro, el sonido de los pájaros que revolotean junto a tu ventana, la brisa que te acaricia suavemente cuando paseas); derrocha tu tiempo en observar, en descubrir todo lo que te rodea y que tienes tan asumido que ni siquiera eres capaz de saborear…y sonríe, regala sonrisas a tu paso, nada más desconcertante que una persona que sonríe por la calle sin ningún motivo aparente.

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