No podemos dudar que la Semana Santa se mueve a base de sentimientos o, si nos ponemos exquisitos, se mueve a base de devoción entendida en todas las acepciones que sobre ella recoge la R.A.E.:
1.- Amor, veneración y fervor religiosos.
2.- Práctica piadosa no obligatoria.
3.- Inclinación, afición especial.
4.- Costumbre devota y, en general, costumbre buena.
5.- Prontitud con que se está dispuesto a dar culto a Dios y hacer su santa voluntad.
Nuestra Semana Santa es nuestra expresión de nuestro amor por Dios y por su bendita Madre; es la expresión de una práctica a la que nadie nos obliga; es nuestra mayor afición o una de ellas; y, por supuesto, es una costumbre devota que tiene siglos de historia y que forman parte de la idiosincrasia sevillana.
Pero tampoco podemos olvidar que la Semana Santa es la expresión de una tipología de arte muy arraigada en el tiempo, el sacro y que, como obras artísticas que son, requieren de su conservación para que, generaciones futuras, creyentes o no, sean capaces de admirar las obras que, a través de los siglos, han sido creadas con un fin evangelizador y, a la vez, con un fin meramente artístico.
La conservación de las obras sacras es, por tanto, una obligación a nivel artístico pero, a la vez, es un compromiso que con las generaciones venideras porque, sólo a través de la conservación de nuestras imágenes, podrá continuar en el tiempo la devoción hacia las mismas. Por tanto, al hablar de conservación, debemos ser muy cautos tanto en la forma como en el fondo.
Es curioso cómo tratamos de diferente manera la conservación de otras piezas artísticas como los bordados. No dudamos en hacer cuantas intervenciones sean necesarias de forma que se devuelva al estado original piezas que, en muchos casos, son únicas e irreemplazables. Sin embargo, cuando se trata de la conservación de nuestras imágenes, surgen las dudas, los recelos e, inclusos, las absurdas modas que imperen en un determinado momento.
La mayoría de las imágenes devocionales que procesionan ha día de hoy, fueron creados en un tiempo que hoy nos queda muy lejos y que no hemos conocido el estado original de las obras. Pero también es cierto que las obras se crearon de una forma determinada siguiendo, además, los cánones imperantes en las diferentes épocas no pensando en cómo se verían cuatro siglos después. Por tanto, modas como llamar a las imágenes “mi moreno y mi morena” no nos pueden llevar a mal conservar nuestro patrimonio artístico.
Los “criterios devocionales” no pueden guiar los pasos de las Juntas de Gobierno. O dicho de otra manera, la cobardía ante la opinión pública no puede provocar que las imágenes se restauren a medias. Es un acto totalmente irresponsable y que nos llevará, en muchos casos, a tener que volver a intervenir las imágenes en poco espacio de tiempo porque no nos engañemos, a eso que tan poéticamente llamamos una “tez morena” es la acumulación de suciedad sobre la policromía de la imagen.
Para que nos entendamos, hemos llegado a tal nivel, que veneramos las caras llenas de churretes.
Os invito a que leáis los protocolos de actuación del IAPH, en ellos se recoge un procedimiento exhaustivo y conforme a la normativa internacional en conservación de bienes artísticos que tiene en cuenta desde los materiales usados hasta las conservaciones que en otros momentos del tiempo se hayan hecho con mejor o peor fortuna. Su fin es devolver las obras a un estado lo más similar posible al original respetando materiales, técnicas y siguiendo el principio de intervención mínima.
No quiero decir que sólo el IAPH pueda llevar a cabo las restauraciones. Hay grandes profesionales que, si se les deja trabajar correctamente, hacen grandísimos trabajos. Pero si hay que recordar que las restauraciones están reguladas y todos los profesionales que se dedican ellos, están sujetas a las mismas aunque queden algunos cabos sueltos en forma de “gubiazos”.
Así que, recordad, en Sevilla sólo hay 2 imágenes de Cristo con policromía oscura, el resto, sólo están sucios. Por cierto, ¿sabéis cuáles son esas 2 imágenes?