Están sentadas al fresco, como cada verano. Sillas cómodas, abanicos que repiquetean al son de sus torpes movimientos y una botella de agua que en otros tiempos fue un búcaro para refrescar las gargantas secas por el calor y la conversación.
Pasar junto a ellas es un deporte de riesgo.
No se te vaya a ocurrir no dar las buenas noches. Si te haces la despistada ellas se encargarán de saludarte a tí a un volumen que no sabrás si se debe a su más que incipiente sordera o a que han querido llamar tu atención «sutilmente».
Tu «buenas noches» será el inicio de su conversación hasta que pase una nueva víctima. Su «¿Quién es esa muchacha?» será como abrir la caja de Pandora. Una, que quizás te conozca por ser prima lejana de tu abuela, empezará a explicar, sin mucha fortuna, que eres la nieta de la muchacha que se casó con el sargento, la que se fue a Sevilla. La otra dudará de quién se trata y preguntará de nuevo…»que si mujer, a ver, es sobrina del que vendía la leche»…las oirás a tu espalda dar toda clase de explicaciones. No tendrás más remedio que sonreir.
Un nuevo «buenas noches» acabará con la historia de tu familia en su charla.
Las vecinas al fresco alegran las noches de verano aunque su sonido sea cada vez más escaso, como el de los grillos. Sus alegres conversaciones para aliviar el calor de las noches de verano deberían ser consideradas «Patrimonio de la Humanidad». Las aceras deberían tener espacio suficiente para dos o tres sillas, que ningún coche les pueda quitar su espacio en los veranos de los pueblos.
Continuarás tu paseo y te las encontrarás de nuevo. Otra calle, otras sillas, otro búcaro pero la misma historia. No podrás escapar de su retahíla y si no, siempre les quedará preguntarte «mira niña, ¿y tú de quién eres?»
Café Literato 