Soleá, dame la mano

Soleá dame la mano…

Dámela aunque en ella encuentres un móvil pegado, como anoche cuando los primeros acordes de la marcha se mezclaban con mi cansancio de horas y con el aleteo de mariposas que sólo pueden sentir aquellos que llevan siempre a María en el corazón.

Soleá dame la mano pero dámela a otra reja, la de una fábrica de tabacos donde su más hermosa cigarrera quiso llamarme. Cigarrera de Dios, quien siempre escribió derecho, en los renglones más torcidos por eso el dulce nido de nuestro Señor no pudo ser otro que una joven de Nazaret, humilde, discreta, sencilla.

Cigarrera de Sevilla, dulce virgo María, tan lejana de aquella que soñara Merimeé. Para su descaro, tu prudencia; para su libertinaje, tu virtud; para sus impulsos, tu calma; para su violencia, tu amor.

Soleá dame la mano y dámela como ayer, a oscuras, en silencio, cuando la gente de alrededor haya desaparecido y sólo quedemos Tú y yo…cuando me regales tus Mercedes, cuando la Esperanza se refleje en tu mirada, cuando Coronada reina me postre ante ti, cuando el Rocío de tu gracia me empape y tu Mayor Dolor ya no exista…ya sólo quede tu Victoria.

Soleá dame la mano que yo te daré las gracias. Por llamarme y por guiar a tus hijos para que me dieran la oportunidad de poner mi grano de arena a tu gran día; por acogerme como a una hermana más, en ocasiones el papel y la formalidad están de más.

Dame la mano, Victoria y no la sueltes, que tu mano es símbolo de amistad y confianza; que tu mano es trabajo y entrega; que tu mano es la dulce calma tras la tormenta.

Soleá dame la mano y yo te llevaré en mi corazón, María.