Cuando volví, el coche ya no estaba. Mateo, el mecánico, tenía casi la misma edad que mi viejo Cadillac pero se conservaba peor.
Entré a su oficina decidido a acabar con aquella rata pero lo encontré tirado en el suelo sobre un charco de sangre.
Solo entonces fui consciente de la situación. Mateo estaba muerto y todo su despacho desmantelado, quien lo hubiera hecho sabía qué y dónde buscar. Mi cadillac solo fue una buena circunstancia para el escape.
Encendí un cigarro con el mechero de Mateo. Un terrible error por mi parte, no hubo forma de hacerle ver a la policía, entre golpe y golpe, que yo solo era un solitario al que le habían robado el cadillac.
Si es que nuestros vicios son a la vez nuestra debilidad, je, je, je… Estupendo micro y buen homenaje inicial al famoso dinosaurio de Monterroso. Un abrazo, Bea!!
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Muchas gracias, David. Doble homenaje porque también he querido acordarme de «Cadillac solitario» de Loquillo. Un abrazo.
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