Hoy, más que nunca, es víspera. La ciudad sigue aletargada, le falta el trajín de este sábado de anuncio de la Pasión.
La víspera es día de últimas tertulias de cuaresma y mariposas aleteando por el estómago. Es día de rituales de familia, ¿quién no hace algo este día? ¿A quién no se le ha quedado hoy algo en el tintero y que, por nimio que sea, añora con toda el alma?
La víspera sabe a mercado de abastos abarrotado y filetes empanados; a torrijas y a arroz con leche. La víspera son puntadas sobre escudos, vapor de plancha y mercerías vendiendo medias para estrenar, que ahora más que nunca, hacen falta las manos. La víspera es barrio que se engalana. Colgaduras y palmas. Marchas por los balcones. Vecinas que quieren dejarlo todo listo para la visita de la familia, esa cita ineludible cada año.
La víspera es primera quedada adolescente para ver Iglesias. Sabor a primeros besos de atardecer y promesas de primeros amores de primavera. La víspera es maletas en aeropuertos y trenes que vuelven al hogar.
La víspera es diputado mayor de gobierno dando últimas indicaciones y priostes revisando insignias. La víspera es Hermandad que se prepara. Y Hermandad que sale. La víspera en casa de mi amigo Diego es miradas de recuerdos al cielo, capa crema, antifaz burdeos y escudo carmelita.
La víspera es señal de vida, la sangre de la ciudad que sigue corriendo por sus arterias.
Hoy, más que nunca, es víspera. La víspera más larga y dolorosa. Siempre es víspera que resonaba en la radio.
Es Sábado de Pasión. Esperemos. Vivamos.