Siento, aunque aún lejano, el despertar de la vieja judería con el repique del sonajero de campanas que rematan la Torre Alta. Su canto se expande por la ciudad como una onda expansiva que va llamando a una gloria que, sin embargo, nos cuesta trabajo sentir.
Hosanna por los balcones, palcos que se han revestido de gala a los que asoman pequeños querubines que, este año, tan sólo estrenan pijama soñando con el goteo de la cera sobre sus bolas de papel de plata. Hosanna en las azoteas, donde entre rayos de sol, se reza el Ángelus. Hosanna a las ventanas que recogen en sus alféizares los abrazos de nuestros abuelos oteando en la lejanía del tiempo un misterio que se acerca.
El aire trae aroma de palmas, olivo y ropa nueva. Calcetines de hilo y zapatos de charol en la memoria de quien, en este día, vuelve a ser niña. Porque la gloria del este día solo se puede sentir de verdad desde los ojos limpios y puros de un niño.
Resuenan la cancela y el portón con revuelo blanco de capas ante la atenta espera de las acacias. Barrios unidos por la fe y la paz. Invisibles pero certeros pasos menudos avanzan sobre la rampla, ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Hosanna en las alturas! Elevado el cáliz hacia el cielo, plegarias de Dios por su pueblo que encerrado le sueña avanzando imponente, de frente, con el silencio roto por cornetas y bajo la despreciativa mirada del Tetrarca. Sueños de muralla de antaño donde el alma de Dios suena a xilófonos.
Destellos de arrabal sobre el río de la memoria. Constelaciones de amor acuden al socorro de nuestras almas despojadas aguardando un mañana que, quizás hoy, vemos demasiado lejano y rogando que siempre nos bendiga su gracias y jamás nos deje su esperanza.
Las últimas horas del día se funden con las primeras horas del Barrio. Anhelos en pétalos despojados.
Es Domingo. De Ramos. Hosanna.
Café Literato 