Ni siquiera puedo escribirte. Lo siento.
Hace días que una bola se ha instalado en mi pecho y a ratos duele, duele mucho. Ya sabes de qué dolor te hablo, te lo he contado tantas veces.
Sé que no va a pasar nada, Tú estás ahí y no me sueltas, no nos sueltas, nos amarran tus manos pero no puedo evitarlo, ya me conoces.
Cuando aún no haya amanecido, mi fiel escudero en su necesaria salida, me guiará los pasos a tu puerta para rezarte. Y tu Madre, desde su azulejo, me sonreirá: “Todo va a salir bien, vuélvete a casa”.