Vía Dolorosa VIII. Poder e imperio

Larga y negra se hace la noche, como un capirote que desde su tribuna de altillo y ropero, me observa impertérrito.

Siento el cíngulo morado enredarse lento por mi cuerpo. Yedra que trepa por los muros que el espíritu ha construido intentando huir del dolor. Desde su rincón en el canapé, siento el latido del ruán y el esparto.

Silencio. No se abren los mares de gente ante el andar de las luminarias del Señor. Solo el aire avanza por las calles en soledad bajo la luz queda de la luna de Parasceve. Tan solo atraviesa la urbe la procesión de las almas que nos antecedieron.

El dolor nos traspasa. Nos ahoga el peso de los días en este calvario que nos sentencia y nos obliga a seguir está calle larga. La angustia nos invade.

Parece que no acaba la noche. Se hacen eternas nuestras horas. Soleá danos la mano a la reja de nuestras cárceles.

Es viernes. Madrugá. En manos de Dios, el poder y el imperio. Llegará el amanecer. Salud y Esperanza.

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