Mi Paco era un hombre muy guasón y muy moderno, ¿sabe? Fíjese cómo sería que cuando nos casamos salimos de la iglesia y me montó en su Vespa para recorrer Europa, ¡qué ocurrencia! Lástima que pasado Despeñaperros la moto dijo que no andaba más y nos dejó tirados en los llanos de La Mancha que parecíamos Don Quijote y Sancho, él tan alto y delgado y yo tan rechonchita y baja.
Era un hombre romántico y le gustaba tener detallitos conmigo. Un año quiso que celebráramos San Valentín, mire usted. A mí esas cosas me daban igual, pero lo dejaba porque le hacía ilusión. Pasó días organizándomo. Cuando se sentaba a comer, me miraba y no podía evitar soltar esa risilla suya de niño malo al que pillan en una diabluría.
La tarde del día de marras me dijo que me pusiera guapa, que echara una muda y que me montara en el coche sin hacer preguntas. Me llevó a la capital. Aparcó en la puerta de un hostal frente a la playa. El sitio era feucho y con luces de colores, pero podía ver las olas romper suaves sobre la arena. Paco y su romanticismo.
Andaba nervioso. Lo miraba de reojo y me acordaba de cuando éramos mozalbetes y fuimos por primera vez al pajar. Sonreía igual que entonces, cuando me toqueteaba el pecho como el que sintoniza una radio. ¡Ay, mi Paco!
Después de dejar la muda en la fonda, paseamos hasta el centro. En una esquina me agarró fuerte del brazo y me pidió que cerrara los ojos hasta que paráramos. Le hice caso por no escucharlo, porque mi Paco cuando quería se ponía muy pesado.
Avanzamos unos pasos que se hicieron eternos. Los abrí un poco y ellos se abrieron solos del todo. Enfrente teníamos la entrada de un cine y encima, una muchacha rubia de pelo corto que exhibía con descaro los pechos y una pierna que enseñaba casi el carnet de identidad.
Leí el título, Em-ma-nue-lle. Paco tiró de mí hacia dentro. Nos sentamos en la última fila. Nada más empezar la película, la muchacha se puso a enseñar carne. Mi Paco se fue animando y sin pensar que el acomodador podía enfocarnos con la linterna, metió la mano por debajo de mi falda. Le di un par de manotazos para que se estuviera quieto, pero mi Paco era un miura recién salido de toriles.
Siguió buscando con la mano un hueco por el que colarse, pero sin éxito porque mi Paco era calenturiento, pero torpe. Ya se imaginará que a mí me dio la risa, esa muchacha descocada en la pantalla y Paco metiéndome mano, ¡un cuadro, oiga!
Solté una carcajada, no lo pude evitar. Mi Paco resoplaba ofuscado y creo que toda la sala le oyó decir aquello de «ni faja ni refajo, ya estamos en el pueblo, anda hija que con tanta ropa irás abrigadita, pero que difícil es calentarte».
Paco perseveró, no obstante. Un gran tipo.
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🤣🤣🤣🤣
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Una preciosidad de relato. Tan plástico, tan visual, que el cine lo tenemos leyéndolo.
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Gracias, Pilar. Un abrazo.
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En la continuación no escrita, seguro encontró el interruptor del horno.
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Jajajajaja seguro
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¡Hola, Beatriz! Qué bueno, menos mal que no fueron a ver El último tango en París, je, je, je… Un relato estupendo en el que nos llevas a otra época en la que ver una película erótica en la pantalla era una aventura. El tono simpático y divertido deviene en carcajada con esa frase final que caracteriza perfectamente a Paco y su «decepción» ¡con lo bien planeado que lo tenía todo y se olvidó del refajo! Un abrazo!
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Muchas gracias, David. Un abrazo.
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