Siempre he creído en la frase “está todo inventado”. Por el contrario, no me fío de esa otra que dice “no cabe un tonto más” porque siempre me sorprende otro tonto con alguna de sus tonterías así que evito decirla igual que evito preguntar “qué más puede pasar” porque siempre, pero siempre, siempre, puede pasar algo más, la vida se pone creativa cuando se trata del guión de tu propia vida.
Volviendo a la casilla de salida como en el Monopoly, cada día estoy más convencida de que todo está inventado y que es muy probable que estemos viviendo como habitantes de una caverna platoniana 2.0, viendo nuestra “realidad” reflejada en una pantalla, viendo sin vivir en nosotros mismos, aunque sin el misticismo de Santa Teresa.
Y vosotros, que me leéis más o menos a menudo o que habéis llegado quién sabe cómo hasta aquí, os preguntaréis por qué hoy me ha dado por la filosofía casi como a Pepe Darosa le dio por la mitología. ¿Cómo? ¿Qué no conocéis ni a Pepe Darosa ni a su mitología? Bueno, vamos a centrarnos hoy en la filosofía y dejamos lo otro para una nueva entrega. Decía que os preguntaréis por qué una cuentista como yo, hoy, viernes tarde, decide enrollarse con la filosofía. También cabe la opción de que no os lo preguntéis, pero este es mi blog y como si fuera mi Scattergories, o se hace lo que yo quiero o me lo llevo.
Retomando el inicio, soy una fiel defensora del “está todo inventado” y, a veces, hay pruebas que me dan la razón. Esta tarde estaba repasando los artículos (casi todos sobre literatura) que tenía pendientes y me encontré con un artículo titulado Escritores que no escriben (usan la Inteligencia Artificial) donde su autor, Toni Sánchez Bernal, hablando sobre la inteligencia artificial aplicada a la escritura contaba que había visto en alguna red social el vídeo de un chico que aseguraba haber creado un negocio con la escritura gracias a la inteligencia artificial. Añadía que el joven mandaba a una IA a escribir ebooks y los subía a la plataforma de autopublicación de Amazon.
El autor insistía en que lo que más miedo le daba no era que la IA sustituyera al escritor sino que un escritor recurriera a la IA por bloqueo, por necesidad de producir en masa o, simplemente, porque ya no le motiva el proceso de escribir y sólo quieren quedarse con la parte comercial del asunto…
Sea como fuere, comparto la reflexión que el columnista nos hace (por favor, leedla que para eso os dejo el enlace). Pero mi cabeza voló meses atrás cuando, en un arrebato de ira provocado por la corriente woke de manipular todas las obras literarias descontextualizándolas y mutilándolas, amenazaron al mundo de Roald Dahl. En ese momento, corrí a una librería y me hice con sus cuentos completos antes de que en España algún lumbrera decidiera hacer lo mismo.
Entre los relatos hubo uno que llamó especialmente mi atención. Se llamaba “El gran gramatizador automático”. En este cuento de febrero de 1952 Dahl nos trae la historia de un joven que ha diseñado una gran calculadora automática (no olvidemos que es la posguerra de la II Guerra Mundial cuando aparece la primera computadora) y que le propone a su jefe la posibilidad de crear una máquina similar en la que, incluyendo todas las palabras existentes, con diferentes opciones de posición en una frase, reglas ortográficas y un catálogo de argumentos permitiera crear relatos que enviar a las revistas literarias (revistas de mucha importancia en el mundo del relato puesto que autores como el propio Dahl o como Stephen King publicaron sus primeras obras en ellas). Resumiendo mucho, el invento funciona y crea historias como churros aunque siempre entra en juego la avaricia y esta máquina acaba arrastrando a todos los autores del panorama literario… No os desvelo nada, pero os dejo el enlace donde podéis leerlo.
No iba yo tan desencaminada con aquello de que estaba todo inventado y, resulta, que en contra de lo que creen los modernos, la IA la inventó la imaginación de Roald Dahl con un relato que, en aquellos años, podía catalogarse como distópico y que ahora, más de setenta años después, nos acercamos a que más a una historia realista.
Recurrir a los clásicos siempre es un acierto, ¿o alguien duda que el Gran Hermano lo creó George Orwell y aunque lo haya explotado Paolo Vasile?
¿Nace esta corriente de la escritura artificial por la necesidad de producir en masa? ¿Es necesario publicar más o publicar mejor? ¿Dónde queda el alma? No me ha dado por probar el invento, para mis bloqueos creativos recurro a la lectura, al cine, a la música y a pasear por la calle observando la vida. Llámadme rara, pero más vale una mala imaginación que una buena IA. Por si acaso llega a por mí la policía del pensamiento, quiero que sepáis que prefiero no escribir a engañar con algo que no será mío.